martes, 17 de marzo de 2009

6


Cuando vi a mi hermana Libertad no la conocí. Me contaron muchas cosas, entre ellas que mi padre biológico había muerto teniendo yo poco más de un año y que quien yo conocí como padre, Francisco Peña, era el de mis seis hermanos más pequeños, que se había casado con mi madre, siendo ambos viudos. Mi padre murió de cólera, al mismo tiempo que mi madre dio a luz a un niño, que también murió y al que metieron en la misma caja.
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A mi padre Francisco Peña no lo mataron, pero le dieron unas terribles palizas. Una de mis hermanas tuvo que sacarle de la espalda las tiras de la camisa con unas pinzas. El guardia rural "El Polaco" también le pegó. Además de lo mucho que lo maltrataron, le obligaron a salir de costalero bajo un paso de Semana Santa. Mi padre fue un hombre que nunca se metió en nada, a veces estaba cuatro o cinco meses sin ir al pueblo. Al que si asesinaron fue a su hermano, Joaquín Peña, cenetista y un hombre muy tranquilo.
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Unos falangistas, cuyo jefe apodaban "El Volante", formaron una cuadrilla a caballo y a los que detenían para asesinarlos decían que les daban un paseo.
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Mis padres, con mi hermano mayor y los demás hijos pequeños, se quedaron en el rancho. Un día mi hermana mandó a los más pequeños, Germinal y Progreso que tendrían entre cuatro y seis años, con un poco de ropa y comida para Alfonso, que estaba escondido en un vallado. La "cuadrilla" los sorprendió y empezaron a gritar "¡sal de ahí, hijo de puta, que te estamos viendo!" al mismo tiempo que disparaban de izquierda a derecha. No se volvió a saber nada más de él. Mi hermana pensó que debían de haberle matado en aquel vallado.



["Pepe" Garrido Acevedo y "Paco" Garrido Acevedo, militantes de la CNT de Utrera]


De mi novio Roque, me contaron que su hermana, que vendría entonces unos diez años, un día fue al cuartel de la guardia civil, donde le tenían detenido, a llevarle algo de comer y al llegar vió cómo le sacaban con un ojo fuera y la lengua partida. Al volver a casa se metió en la cama y murió dos días después, sin poder superar la impresión de ver así a su hermano.
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Tres semanas estuvieron sacando de Utrera dos camiones con sesenta personas, que llevaban a un pinar cercano. A los que llevaban de madrugada los dejaban allí todo el día y a los que llevaban por la noche los dejaban hasta el día siguiente. La que más tarde sería mi suegra fue testigo presencial de los hechos, ya que se dedicaba a recoger carbonilla por aquel lugar.
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De los amigos de mi novio, a Felipe lo mataron con su padre. También mataron a Catalina, que era muy joven, y a quien dijeron "a una de las dos tenemos que matar", refiriéndose a la madre y a al hija. Catalina contestó "matadme a mí, que mi madre tiene dos hijos a quien criar". Las mataron a las dos. Las llamaban las "Sandovalas" y vivían en la calle San Fernando. Igual suerte corrieron una mujer que vivía en la calle Santa Clara, socialista, y otra con su hijo de quince años, gitanos, porque no quisieron decir dónde estaba su hermano mayor, que no tenía nada que ver con sindicatos ni con nada.
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También recuerdo a otra mujer, a la que llamaban la del "ojo renublado", y a la que quitaron un niño de pecho para matarla. También a dos hermanos a quienes llamaban "Los Alcobas", salvándose su hermana por haber huido, como yo, a la zona republicana. Mataron a Mariquita Borrego, a quien sacaron de la cama para darle el paseo. Mataron a Concha García , con su marido, cerca de la era de Mescardeña. Mataron a otra mujer cuyo marido habían cogido y a quien prometieron que si decía donde estaba su mujer a él no le pasaría nada. La fatalidad tiene a veces cosas increíbles. El 24 de abril de 2.003, supe quien era esta mujer, entregada por su marido. Se llamaba Antonia Alonso Rodríguez y era tía de una de mis cuñadas, hermana de su madre, y la mataron con su hermano.
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De mi grupo artístico no quedó nadie. Todos fueron asesinados o muertos en el frente o después, en Francia, luchando contra los alemanes.
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También supe de cuatro hermanos, tres de los cuales fueron fusilados quedando solo uno. A este último supe el día en que yo entré en el Ayuntamiento que le tenían allí detenido y le pegaron tanto que murió poco después. Les llamaban "Los Litres". El muchacho que fusilaron  al principio de la guerra contra la pared del "Hospitalillo", según cuento más arriba, era hijo de uno de ellos.
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De nuestros animales la vaca se la dieron a los Salesianos, las dos mulas no sé qué fue de ellas, y la yegua, fue a parar a manos de un ranchero cuyo hijo se casaría mas tarde con una de mis hermanas. Este me contó que la "cuadrilla" obligaba a los rancheros a ir con ellos a la caza de los que huían. No paraba de repetir "que gente tan malita".

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viernes, 20 de febrero de 2009

5

Mi amiga y yo nos quedamos allí ocho o nueve días, hasta que llegó un camión con víveres, de un pueblo de Valencia. Los dos hombres mayores que lo traían se ofrecieron a llevar a Valencia a quien quisiera. Nuestros hermanos nos aconsejaron que nos fuéramos, y así lo hicimos, con otra mujer y sus dos hijos.
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La guerra terminó para nosotras por lo menos en primer plano. Nos acogieron en una casa en Señera, donde estuvimos hasta el final de la guerra. En el pueblo no había hombres mayores de 25 años. El cura, vestido de paisano, trabajaba en el campo, como los demás, pues casi todos tenían su casita y su huerta. Casi todos eran familiares. Aunque había algunos de derechas no se hacían diferencias. Las jóvenes nos reuníamos sin diferencia de clases. En el tiempo de las naranjas íbamos a recogerlas y después a empapelar al almacén.
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Por entonces en Señera reclutaron a la que llamaban "La quinta del biberón", porque eran todos niños. Parece que los estoy viendo, subidos a un camión y todo el pueblo llorando. No quedó más que uno que por no tener padre era el cabeza de familia. En cuanto a mí, quisieron que formara parte del Comité de los socialistas, pro no acepté.
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Al Batallón de mi hermano Rafael y de los compañeros de nuestra retirada de Málaga lo llevaron a Madrid y después a Teruel, donde pasaron un invierno terrible de grandes nevadas. En las trincheras se les helaba los pies y las manos. A mi hermano le dieron una semana e permiso para verme. Lo encontré hecho un hombre, rubio,muy guapo, con una camisa blanca y un pantalón azul. Yo lo miraba y lloraba, como si tuviera el presentimiento de que no lo iba a ver más. Poco tiempo después recibí la noticia de que había muerto de un cañonazo. Nisiquiera sé si lo pudieron enterrar.
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Franco había ordenado que todos los refugiados regresaran a sus respectivos pueblos para que fueran castigados. Los hermanos de mi amiga Acracia estaban en los frentes andaluces y vinieron a Señera. Ninguno de nosotros podía quedarse allí, aunque el pueblo nos quería. En la casa donde yo estaba había un cura escondido, pero nunca nadie dijo nada. Yo no se que rango tenía, pero no era un simple cura.
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Los hermanos de Acracia y yo tomamos en Játiva un tren que venía de Valencia. Era un tren de transporte de borregos, sin asientos. Acracia, que volvió a llamarse Teodora, se quedó en Señera, pues se había hecho novia del único muchacho que quedó y cuya madre se comprometió a responder por ella. Más tarde se casaron.
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Antes de partir, en el pueblo nos dieron lo que pudieron, pues el dinero ya no tenía valor. A mí me dieron siete u ocho pesetas de plata. El tren paraba en todas las estaciones. En el cruce de Málaga se bajaron los dos hermanos de Acracia y a ambos los apresaron y fusilaron.
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Cuando llegó el tren a Utrera, apenas puestos los pies en el suelo, se empezó a correr la voz de que había llegado la hija de "La Luna", pues sabían que estaba viva y como todos tenía que volver. Una prima mía llamada Consuelo Luna, era bastante diplomática y tenía amistades que le aconsejaron que fuera ella quien me acompañara al ayuntamiento cuando llegara a Utrera. Yo iba todo de negro, aunque los anarquistas estábamos en contra del luto. Fui directamente a casa de unos amigos y al cabo de una hora llegó mi prima. Me llevó con ella para acompañarme al día siguiente.
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Una vez en el ayuntamiento me metieron en una habitación con toda la jerarquía del pueblo. Aunque yo no tenía miedo, mi prima me había advertido una y otra vez que tuviera cuidado con lo que decía. A las preguntas yo contestaba que no me acordaba, el guardia civil al que llamaban "El Bizco" y ahora también manco, que estaba allí dijo "si se quedara esta noche aquí, seguro que se acordaba de todo". Otro guardia civil dijo "mira que bien habla". Llamaron a mi prima y le aconsejaron que me llevara al campo y que no volviera por el pueblo.
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Con mi prima estaba ya mi hermana Azucena. Dentro de la desgracia mis hermanas tuvieron suerte, ya que todas fueron recogidas por familiares.
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martes, 3 de febrero de 2009

4




[Dalia y Acracia. 1937]




Después de mucho andar llegamos hasta el peñón de San Cristóbal, por donde subimos y bajamos por una sendita hecha por cabras. Teníamos que pasar de uno en uno, con mucho cuidado, ya que por la izquierda había un precipicio. Llegamos a un pueblecito llamado Grazalema, donde aún no habían llegado las tropas de Franco. Un matrimonio del pueblo, sin hijos, nos dio de comer. A mi me dieron ropa y querían que me quedara con ellos.
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Al día siguiente salimos para Ronda. Al llegar nos dirigimos a la Casa del Pueblo, que estaba abarrotada de mujeres y niños. Se enteraron de quien era yo y me instalaron en una casa. Me dijeron que mi hermano Rafael había logrado escapar. A los compañeros del trágico viaje no los ví más hasta muchos años después.
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A los seis días partimos de Ronda por las montañas, comíamos lo que encontrábamos, sobre todo algarrobas. Llegamos a l población de San Pedro de Alcántara, situada al borde del mar, quedando totalmente sorprendida, ya que era la primera vez que lo veía. Continuamos hasta Málaga. Allí también me instalaron en una casa, frente a un cuartel que apenas tenía soldados. Llegó una muchacha, con dos hermanos, procedentes de la Línea de la Concepción (Cádiz). También esta muchacha se había cambiado el nombre, haciéndose llamar Acracia.
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Estando en Málaga me comunicaron la terrible noticia. Mi madre había sido detenida y asesinada. Por lo visto todo fue al poco tiempo de haberme despedido de ella. A mi hermano Rafael, que estaba en el frente, le dieron permiso para que viniera a verme y yo le di la mala noticia de la muerte de nuestra madre. Después volvió al frente, por la parte de Cádiz.
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Málaga era bombardeada todos los días, y no por bombas pequeñas. Los aviones eran alemanes. Un día del mes de febrero de 1.937 comenzaron a llegar las tropas de Franco. Salimos de allí cuando ya nos alcanzaban las balas. Éramos un grupo de diez o doce personas: Acracia y yo, que nos hicimos muy amigas, otra muchacha y hombres conocidos de Utrera y de El Coronil, entre ellos, dos hermanos, José Garrido "Pepe" y Francisco Garrido "Paco", con el que me casé años después, en Francia.
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La retirada de Málaga fue horrible. Estuvimos andando toda la noche, una noche oscura como la boca de un lobo, y oyendo constantemente gritos de madres llamando a sus hijos y de hijos llamando a sus madres, llantos por todas partes. Teníamos a nuestra derecha el mar y a nuestra izquierda las montañas, la carretera era bastante estrecha e iba llena de gente, como por un paseo. Al amanecer vimos un barco que se aproximaba a la orilla, y alguien dijo que era de los nuestros, pero empezó a cañonearnos al tiempo que apareció un avión que ametrallaba a la masa humana que nos encontrábamos indefensa en la carretera. No había dónde escapar, lo único que podíamos hacer era aplastarnos contra el suelo. Ví a hombres jóvenes sentados en la orilla, llorando, con los pies reventados, mujeres con niños cogidos a su pecho sin leche, una mujer muerta con su niña también muerta agarrada a su cuello. Una familia se había parado a descansar cerca de un arroyo, les cayó una bomba, y en el arroyo se veían bracitos y piernas de niños. Mil horrores.
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No podíamos parar porque sabíamos que venían detrás. Al barco no volvimos a verlo, pero los aviones no dejaban de ametrallarnos. Andábamos más de noche que de día, hasta llegar cerca de Motril (Granada) que estaba bombardeado, incluido el puente.
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Atravesamos un cañaveral de caña de azúcar, sembrado de cadáveres de personas y de los animales que llevaban los que iban huyendo. Del grupo que salimos juntos de Málaga no quedamos más de cinco. No volvimos a ver al resto, aunque no sabíamos que suerte habían corrido. Para llegar a Motril había que cruzar el río, ya que el puente estaba destruido. Nos metimos en el agua con decisión, pero a medida que avanzábamos había más profundidad y más corriente. El agua, que venía de la sierra de Granada, estaba helada. Se ahogó mucha gente, sobretodo mujeres y niños. A mi me sacaron dos compañeros.
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En Motril entramos a la casa de un matrimonio recién casado, que nos dijo que nos podíamos quedar allí, que ellos se irían a casa de sus padres. Apenas nos habíamos echado cuando oímos un griterío. Era gente que corría gritando "¡ya están aquí!" seguida de tiroteos. Ninguno de mis tres compañeros tenía armas, así que echamos también a correr. A los tres días llegamos a Almería, que estaba tranquila. Nos llevaron a un campamento llamado Viator, probablemente un cuartel. Allí éramos todos refugiados y había poca comida. Al poco tiempo llegaron los hermanos de mi amiga Acracia y después mi hermano Rafael, cuyo batallón había quedado cortado al atravesar las montañas. Llegó destrozado, con los pies reventados. Nos contó que de los mil hombres que eran se habían podido escapar unos cien.
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sábado, 31 de enero de 2009

3







[Dalia Peña (Romero) Luna]




El día 25 de julio comenzaron a caer bombas sobre Utrera. No eran muy grandes, pero lo suficiente como para sembrar el pánico. Al mismo tiempo por la carretera de Sevilla iban llegando las tropas Legionarias y Moras, acompañadas de voluntarios falangistas y requetés tirando y matando a todo lo que se movía. A medida que avanzaban, a los que iban cogiendo y que creían que no les pasaría nada, los metían en un corralón y cuando estuvo lleno los asesinaron a todos. No hubo resistencia alguna ¿Qué podía hacer el pueblo con cuatro escopetas? En el "Hospitalillo" había un joven de mi edad, y lo asesinaron contra la pared aquel mismo día.

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A medida que avanzaban las tropas fascistas, la gente corría hacia "Las Vegas", que mencioné antes, y que quedaron cubiertas de cadáveres. En una calle llamada El Arenal asesinaron a dos hermanos delante de sus padres, prohibiéndoles recoger los cuerpos, que quedaron allí tirados hasta que pasó el camión. Les decían "Los Vargas", eran gitanos de buena posición.

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Yo busqué un rincón en el "Hospitalillo" y estuve toda la noche durmiendo, pues hacía ocho días que no lo hacía. Por la mañana una de las señoritas me dijo que no podía seguir allí y que saliera con un pañuelo blanco en la mano, que una de ellas me dio. Salí a la Plaza y allí estaban las tropas que habían llegado por la carretera de Sevilla. Me dirigí a toda prisa a mi casa y cuando llegué lo encontré todo roto y una fotografía de mi padre cortada por la mitad. Entonces me dirigí al rancho, encontrando a mi madre sentada en el suelo, con la cabeza entre las manos y repitiendo "ay, qué cosa tan malita". También estaba mi hermano Alfonso, muerto de miedo.
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Del rancho nos fuimos a la hacienda de la que era capataz nuestro amigo Prío, pero nos dijo que allí no podíamos quedarnos porque estaban buscando por todas partes a "La Luna". Mis padres acordaron irse, pero yo dije que no me iba, que no dejaba a mis hermanos solos, que me cortaría el pelo y me pondría unas gafas para que no me reconocieran. Efectivamente me cortaron el pelo, que me llegaba a la cintura. Las lágrimas me corrían por la cara, pero no decía nada. Mientras tanto llegó un amigo para avisar que me fuera, que también a mí me buscaban y que habían dado una orden diciendo que quien tuviera a alguien oculto sufriría el mismo castigo.
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Salimos hacia el Palmar de Troya, donde ya habían quemado las tropas todas las chozas que encontraron. Nos unimos a dos hermanos jóvenes y otro hombre mayor y nos refugiamos juntos en una dehesa llamada Mescandella. Era un gran bosque lleno de toros bravos. Por allí había muchos ranchitos y yo salía por las noches con el hombre mayor a pedir algo de comida. Parecía un chiquillo con unos pantalones y una gorrilla que no recuerdo quién me la había dado. Aquel hombre siempre me presentaba como su hija y nos daban pan y un poco de queso. Una noche llegamos a un ranchito y nos encontramos una situación dramática. Había aparecido una "cuadrilla" que cogió a un niño de quince años propinándole una brutal paliza delante de sus padres para que dijera donde estaba su hermano. Él no lo sabía. Allí estaba, boca abajo, gimiendo, con la espalda marcada por los latigazos.

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[Francisco Peña, esposo de Carmen Luna]

Otra noche salimos a otro ranchito, como de costumbre, y nos dijeron que nos fuéramos porque sabían que estábamos allí y que no habían entrado por miedo, porque pensaban que teníamos armas. Pero que estaban preparando una batida con muchos hombres. Nosotros los vimos montados a caballo, en un cerro buscándonos. Eran pobres desgraciados del pueblo, escogidos como voluntarios para matar. Entre ellos pude reconocer al guardia rural apodado "El Polaco" y a un jovencito que trabajaba en una tienda que se encontraba en la calle Santa Clara, casi frente a la de Matamoros, que va hacia el castillo.
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Aquella noche decidimos irnos. Alguien nos indicó por dónde podíamos ganar los montes de Cádiz a Málaga. Mi padre estaba quebrado y no podía andar y mi madre dijo que ellos abandonaban. Yo lloraba abrazada a mi madre y decía que tampoco me iba, pero ella le dijo al hombre mayor "llévesela y cuide de mi niña como si fuera su hija". Me fui con el corazón destrozado. Sabía que no la vería más.

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jueves, 15 de enero de 2009

2
Detrás de nuestro rancho había unos olivares, propiedad de un hombre llamado Daniel que tenía una hacienda cuyo capataz, llamado Prío, era muy amigo de mis padres. Prío tenía muchas hijas y yo era amiga de una de ellas, de mi misma edad. El capataz nos daba permiso para echar a los cerdos en los olivares una vez recogida la aceituna y rebuscada la leña después de la poda de olivos. En medio del olivar había una laguna muy grande, que tenía agua casi todo el año.
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Cuando se secaba la hierba mi padre tenía también permiso del capataz para cortarla y con ella tapar los agujeros de nuestra choza en el rancho. Allí venían los sindicalistas a reunirse. Hablaban de la lucha contra el analfabetismo, para que el pueblo pudiera defenderse, pero nunca se habló de matar a nadie, ni a contrarios ni a patrones. Mi madre, mis hermanos y yo sólo escuchábamos.
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El guardia rural, "El Polaco", empezó a hacernos la vida imposible. Un día vio a mi padre segando el pasto en la laguna y le puso una multa, que mi padre se negó a pagar diciéndole que tenía permiso del capataz, pero "El Polaco" le dijo que si no pagaba iría a la cárcel. Efectivamente, mi padre pagó la multa con diez días de cárcel.
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A partir de entonces las cosas empeoraron. No podíamos salir del rancho para nada, a menudo teníamos allí a la Guardia Civil, aunque no nos hacían nada. Una vez durante una huelga, estuvo escondido en el rancho un sindicalista que venía huyendo de un pueblo llamado La Rinconada.
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No pudimos seguir en el campo, ya que no teníamos derecho a nada más que a la salida al camino. Tuvimos que trasladarnos al interior del pueblo donde mis padres habían comprado una casa con el dinero de la indemnización de mi hermano. En la casa no estábamos mejor, ya que ni siquiera tenía retrete. Mi madre hizo un agujero n el corral, que era muy grande, y allí hacíamos nuestras necesidades. Mi hermano mayor, Alfonso, a pesar de que había quedado discapacitado, era muy inteligente, muy gracioso y simpático y se ganaba a todas las personas que trataban con él. Mi madre tenia locura por él, y a veces los demás le reprochábamos que le quería a él más, aunque ella decía que nos quería a todos por igual, pero que era muy triste verlo así, y le daba mucha pena.
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Yo entré a trabajar, con dieciséis años, y aunque ni mi madre ni mis hermanos querían, a una fábrica de aceitunas llamada "Fábrica Luque". Allí estuve tres temporadas, pues cuando llegaba la recolección de la aceituna paraba.
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En abril-mayo de 1.936 hubo una huelga. Las empleadas de la "Fábrica Luque" se quedaban a dormir dentro de dicha fábrica. Yo no estaba porque me había accidentado, era deshuesadora y el calvo de la máquina de deshuesar aceitunas me había atravesado un dedo, pero fui a la fábrica a llevarles mantas. También fui con otra compañera a una farmacia que había en la calle de la Plaza a decirle a la sirvienta que estábamos en huelga y que tenía que salir. No empleamos ninguna violencia. Mi compañera fue asesinada después. Teníamos la misma edad.
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El 18 de julio de 1.936, estando yo aún acostada, oímos un tiroteo, Mi madre dijo "¡ay, mis hijos!". Me levanté y fui corriendo a la plaza, el lugar habitual de paseo. Estaba desierta. Los señoritos habían tirado* desde el Casino, matando a dos obreros. La Guardia Civil no estaría muy lejos, alguien tiró, matando a un guardia, que recogieron, y en ocho días no volvieron a salir del cuartel.
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Esa noche fue muy tranquila, yo la pasé en el Sindicato. Nadie sabía qué pasaba. Los capitalistas y el Clero sí que sabían lo de la sublevación en Marruecos. Al día siguiente la mayoría de las casas de los señoritos estaban vacías. Yo estuve en una de ellas, acompañando a los del Comité de la CNT. Vi encima de una cómoda una polvera con una brocha muy fina para ponerse polvos en la cara y dije que me la iba a llevar. Me dijeron que no, que allí no se tocaba nada ni se llevaba nadie nada. Aquel mismo día mi madre cogió a sus hijos y se fue al rancho. No actuó para nada en los ocho días que Utrera estuvo bajo el control del pueblo. Yo me fui a lo que llamaban el "Hospitalillo", para ponerme al servicio de los heridos.
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Un señorito llamado Cristóbal Romero y famoso en Utrera por su desprecio hacia los trabajadores, el día 19-20 de julio se colocó en el balcón de su casa, junto a su dos hijos, y se pusieron a tirar contra todos los que pasaban por la calle. Los obreros viendo la situación optaron por asaltar la casa. En el enfrentamiento cayeron abatidos el padre y los dos hijos. Y los vi porque sus cuerpos los trajeron al "Hospitalillo". El padre, que era el culpable, aún estaba vivo. En el "Hospitalillo" estaban refugiadas la mayoría de las señoritas de Utrera. Nadie se metió con ellas.
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En los días siguientes el administrador de unas tierras llamadas "Las Vegas" y que aquel tiempo sembraban de algodón, se resistió cuando los obreros fueron a por él para meterle en la cárcel. En el enfrentamiento cayó muerto. Esto ocurrió en una de las casas que había frente al "Hospitalillo". Yo recogí la sangre. En las tierras de "Las Vegas" trabajaban muchas mujeres, donde su capataz era famoso porque montado en su caballo las trataba a latigazos.

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[*tirado: disparado]

miércoles, 14 de enero de 2009

ReKuperando nuestra memoria históriKa

--Desde Rapsodia libertaria vol. II - LOS MUERTOS DE CRISTO--



1


CARMEN LUNA (1.888 - 1.936)
(POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS)




Voy a escribir una historia muy triste, la historia de mi familia y de mi madre, Carmen Luna Alcázar, asesinada cobardemente en 1.936. Su único delito fue tener un profundo sentido de la justicia y pasear la bandera republicana por las calles de Utrera el día que los republicanos ganaron las elecciones.

Éramos nueve hermanos, los tres mayores: Alfonso, Rafael y yo Dalia éramos hijos del primer matrimonio de mi madre, apellidados Romero Luna. Los seis mas pequeños, Azuzena, hoy Dolores, Camelia después llamada Carmen, Violeta hoy Rosario, Germinal, hoy Francisco, Progreso, hoy José y Libertad luego llamada Josefa eran hijos del segundo matrimonio de mi madre con Francisco Peña, jornalero campesino que era muy bueno y trabajador. Yo le llamaba ''Sisco'', ya que mi madre nuca nos obligó a llamarle padre.

Vivíamos en Utrera, provincia de Sevilla. Mi madre, que vendía frutas y verduras en la Plaza de Abastos, era la que nos traía las noticias. Vivíamos en una choza, en la mayor pobreza, aunque nunca nos acostábamos sin comer, pues nuestra madre revolvía cielo y tierra para traer algo a casa. Iba a sevilla tres veces por semana, a la plaza de la Encarnación, para comprar alimentos que revendía en Utrera y así sacar unas perras para darnos de comer.
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Pasaron los tres primeros años de la República. Tanto mis dos hermanos mayores como yo estábamos afiliados a la CNT. Yo pertenecía a las Juventudes Libertarias. Creo recordar que mi madre no tenía el carnet sindical, ya que no tenía tiempo para nada pues cada año tenía un hijo y casi siempre estaba enferma.
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Cuando llegaron las primeras máquinas segadoras, y aunque mi madre decía ''mientras yo tenga los ojos abiertos no quiero que mis hijos trabajen para ningún señorito'', mi hermano mayor Alfonso, con 18 o 19 años se fue a trabajar con una de estas máquinas, con tan mala suerte que se le rompió la correa y le cayó encima, por lo que estuvo tres meses entre la vida y la muerte. Los médicos le dieron la inutilidad total y ahí comenzó la lucha. El patrón no quería pagarle la indemnización como accidente laboral y mi madre empezó a moverse, buscando abogados, hasta que consiguió que le pagaran. Esto motivó su ficha por parte de los capitalistas y el Clero.
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En la plaza de Abastos mi madre estaba mal vista por unos y muy bien vista por otros. Siempre era ella la que daba la cara cuando había una injusticia, aunque fuera de poca importancia. Por ejemplo, durante la temporada de las uvas la policía Municipal quitaban el sitio a personas que estaban allí vendiendo todo el año para dárselo a otras que llegaban de los Palacios a vender sus uvas. Los perjudicados recurrían a Carmen Luna para ir a protestar ante las autoridades, y llegndo el momento la dejaban sola. Nosotros le decíamos ''mamá, no te metas en nada, que se defiendan ellos, que después no te apoyan''. Una vez llegron al mercado los Hermanos de la Cruz pidiendo, y ella les dijo ''yo tengo nueve hijos y nadie me da nada''. Se fueron haciéndole la cruz como si fuera el diablo. Esto es todo el mal que hizo mi madre.
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Durante el llamado ''Bienio Negro'' los sindicalistas eran encarcelados y apaleados brutalmente. Mis dos hermanos Alfonso y Rafael fueron a la cárcel, uno acusado de haber prendido fuego a un trigal y otro de haber amenazado a uno que trabajaba durante una huelga. No tenían ni veinte años.
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Había en Utrera un guardia civil, al que decían el ''Bizco'', que gozaba cuando pegaba. Una vez cogieron a dos jóvenes, los colgaron por los pies y les pegaron hasta que perdieron el conocimiento.
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En el sindicato se formó un grupo artístico, al que yo pertenecía. Un día mis hermanas y yo, que era la mayor, decidimos cambiar nuestros nombres y llamarnos Dalia, Camelia, Violeta y Azucena. A los varones, que aún eran niños, les pusimos Germinal y Progreso. Para afianzarnos en ello, no contestábamos cuando nos llamaban por nuestros nombres anteriores. Cuando llegó nuestra madre y se lo contamos se echó a reír. Más tarde nació otra hermana, a la que registramos como Libertad. No creo que esto fuera ningún crimen, pero al capitalismo y a la religión sí se lo pareció.
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A medida que crecimos fuimos mejorando y llegamos a tener un campo arrendado con viñas, árboles frutales y terreno donde sembrábamos de todo. Todos trabajábamos en él y teníamos gallinas, cerdos y una vaca que daba mucha leche, aunque no la podíamos tomar porque nuestra madre tenía que venderla para comprarnos otras cosas necesarias. Allí había un guardia rural conocido como ''El Polaco'', que al parecer era amigo de mis padres y que nos frecuentaba bastante. Un año mi madre le prometió un cerdo. La fatalidad quiso que los cerdos se escaparan. No pudimos darle el cerdo al guardia rural, y ahí empezó el problema.
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¡Oh dulZe nombre de la libertad!

No es la libertad el deretxo a vivir la vida komo keramos? ¡¡Nada más!!